Por eso, decidí viajar el 29 de abril a Phoenix, Arizona, para poder evaluar personalmente la situación y llegar a mis propias conclusiones.
Como latina y como persona que cree en la igualdad de oportunidades para todos, me encuentro profundamente preocupada por el impacto que esta nueva ley migratoria pueda tener sobre las familias trabajadoras hispanas en Estados Unidos.
No soy ciudadana de Estados Unidos, pero siempre he admirado y defendido los principios de su constitución. Para el resto del mundo, Estados Unidos simboliza el sueño de una vida mejor, basada en la justicia y la libertad para todos sin importar el color de la piel. Esta ley contradice intrínsecamente esos valores y se opone verticalmente a los principios de todos los estadounidenses que conozco.
Yo quiero y respeto a Estados Unidos por las oportunidades que ha ofrecido, a mí y a tantos, y por todo lo que es capaz de inspirar en nosotros. Desde muy niña, viviendo aún en Colombia, tomé la determinación de hacer mis mayores esfuerzos para triunfar en la vida, gracias a la promesa de países como éste en donde todo es posible, como lo dijo Roosevelt, a través de valentía, inteligencia, autodominio y trabajo duro.
No desearía que esta ley empañase lo que este país representa, la fe que inyecta en aquellos que aún viven atrapados en la pobreza.
Si esta ley entrara en efecto en los próximos meses, no sólo perjudicaría a miles de familias latinas trabajadoras en Arizona, sino también al espíritu de toda la comunidad latina -todos y cada uno de los 45 millones de hispanos que viven y trabajan en Estados Unidos y que contribuyen día a día con su esfuerzo a construir una mejor nación.
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